Como el Obispo de una Diócesis, frecuentemente personas me piden escribir o declararme sobre una variedad de asuntos y, a menudo, eso lo hago. Intento tener mucho cuidado con lo que escribo y predico, evitando temas políticas, manteniendo siempre en mente mi responsabilidad de usar las oportunidades que tengo para dirigirme y enseñar a los fieles sobre asuntos de la fe y los morales. Prefiero calificar lo que escribo como “reflexiones” o “mensajes”, escrituras más homiléticas en cuanto su perspectiva y contenido, diseñadas para animar a los creyentes a seguir los Evangelios de Jesucristo y aplicar las enseñanzas de la Iglesia a los asuntos o eventos relevantes contemporáneos para los católicos en nuestra Diócesis.
No es que no tenga yo opiniones políticas – las tengo. Todos tenemos un derecho a nuestras propias opiniones, sean políticas u otras, y un derecho a expresarlas según las protecciones garantizadas constitucionales. Pero no considero que los varios pulpitos que tengo como Obispo sean el lugar apropiado para compartir mis opiniones políticas. Los fieles se dirigen al obispo para la dirección espiritual, no la dirección política. Mi texto apropiado es la Palabra de Dios como la verdad; mi texto apropiado es la enseñanza de la Iglesia Católica como la verdad; mi texto apropiado es la vida cristiana como la verdad que estos textos buscan animar y apoyar.
Cuando asuntos que nos afrontan en la cultura contemporánea socavan nuestra fe católica o arriesgan o, peor todavía, previenen nuestro “ejercicio de religión libre” que la Constitución nos garantiza, tenemos que desafiar tales asuntos. El Obispo tiene como obligación hacer eso en y para su Diócesis. Tiene como parte de su oficio y ministerio en la Iglesia enseñar, gobernar y santificar. Los sacerdotes y diáconos que comparten de este ministerio también tienen esa obligación a través de su ordenación. Los laicos fieles al igual están animados a levantar la voz a través de su bautismo.
Tenemos que desafiar cualquier ataque al don de la vida que solo viene de Dios en la cultura contemporánea. Ese desafío no se fomenta en las opiniones ni agendas políticas, aunque los medios de comunicación a menudo se refieran a los ataques a la vida como “’asuntos sensibles’ políticos”. No, nuestro desafío se basa en las verdades fundamentales de nuestra fe. Eso es el texto que proclamamos. Cómo San Pablo escribió “creí y por tanto hablé” (2 Corintios 4:13). Hasta la Declaración de la Independencia afirma que “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Nuestro país se fundó en esa creencia y convicción.
Como Obispo, yo creo, y por eso hablo, que este desafío que se ha convertido en algo inminente en New Jersey es un ataque a la vida.
A partir del 1 de agosto, “Ayuda médica para morir” será ley en New Jersey. Esta ley está mal moralmente en muchos aspectos. Vuela en contra de lo que creyeran nuestros padres fundadores. Vuela en contra de lo que cree y enseña la Iglesia.
Al atestiguar a la erosión seguida de la convicción que toda la vida humana sea sagrada en la cultura contemporánea y que valga la pena proteger en cada momento desde la concepción hasta la muerte natural, yo pido a todos los católicos de la Diócesis de Trenton, y de hecho a todas las personas de buena voluntad, a comprometerse de nuevo a la creencia que Dios es el único Creador y la fuente de toda la vida humana, y entonces, solo Dios tiene el derecho de determinar su fin natural.
La vida humana trata de las alegrías y las tristezas, los momentos buenos y malos, la salud y la enfermedad, la abundancia y el sacrificio, el tiempo y la eternidad y cada experiencia humana que existe entre todas esas cosas: ayer, hoy y por siempre.
Todas las personas que viven eventualmente morirán. Es como Dios nos creó. No hay excepciones ni hay escape. Nadie quiere, busca ni disfruta de la enfermedad, el sufrimiento ni el dolor que toca a cada uno de nosotros en este camino por la vida humana.
Pero la vida humana natural es, verdaderamente, un camino desde sus primeros momentos en el vientre hasta la última palpitación y respiración en esta tierra. Y Dios nuestro Creador es el hilo que conecta cada momento, cada instante de ese camino desde su principio hasta su fin. Las leyes no cambian esa realidad a pesar de intentar cambiarla. Las leyes no deben interrumpir ese continuo a pesar de intentar interrumpirlo. La muerte trae el mismo resultado sea legal o no; a pesar de que sea con el apoyo de otra persona o por la persona misma; sea natural o inducida.
La única “muerte con dignidad” es una muerte que sigue una “vida con dignidad” tal cómo Dios nuestro Creador ha diseñado y quiere que sea, con todos los momentos humanos naturales entregados por Dios. Cualquier otra cosa es un rechazo de Dios nuestro Creador como el Creador y una ofensa a la naturaleza humana que Dios ha implantado dentro de nosotros, cada uno y todos.
La ley, con su apodo de “la Acta de Morir con Dignidad” – o sea el suicidio apoyado por un médico o “cualquier otra persona” – es otro ejemplo trágico de la soberbia humana, re-creando a Dios a nuestra semejanza; imponiendo nuestros propios límites a la ley y la voluntad y la sabiduría de Dios; agotando el misterio inagotable de Dios y su compañía misericordiosa en nuestro camino por la plena vida humana que solo Dios puede dar. Y cuando la enfermedad alcanza a nuestros queridos, es nuestra obligación cuidar a pesar de la falta de algún remedio. Yo escribo estas reflexiones como el Obispo y pastor, sí, pero más personalmente las escribo como un hijo que estuvo con sus hermanos al lado de sus padres en sus últimos momentos con nosotros. Aunque ahora sea la ley en New Jersey poder ayudar a terminar una vida, es una opción y una elección que nunca debemos escoger.