Los católicos “comparten la fe” no solo por lo que dicen o enseñan sino por la manera de que viven sus vidas. Esta responsabilidad pertenece a todos los fieles bautizados, pero especialmente a los padres y madres y a quienes sirven como catequistas.
Este año, el papa Francisco inició una renovación del ministerio antiguo del Nuevo Testamento del catequista notando que la misión de proclamar al Señor Jesucristo es la razón de porque existe la Iglesia, en las palabras de su santo predecesor el papa Pablo VI, “su identidad más profunda”.
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En su carta apostólica del 10 de mayo del 2021, Antiquum Ministerium (Ministerio Antiguo en el latín), el papa Francisco escribe:
“La particular función desempeñada por el Catequista, en todo caso, se especifica dentro de otros servicios presentes en la comunidad cristiana. El Catequista, en efecto, está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al kerigma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a “dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza” (1 P 3,15). El Catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que sólo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad (cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Directorio para la Catequesis, 113).
En nuestra Diócesis hemos sido bendecidos de por los años con muchos católicos generosos que se han animado, en las palabras del Santo Padre, a despertar “el entusiasmo personal” entre los fieles bautizados de sus parroquias y acompañarlos en su camino de la fe mientras viven y afrontan las circunstancias concretas de sus vidas. La buena y eficaz catequesis parroquial, como el “Directorio general de la Catequesis 2020” describe, es un ministerio que “hace resonar la proclamación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo continuamente en el corazón de cada persona, para la transformación de la vida” (núm. 55).
Una oración tan conocida a nosotros como católicos – “Ven, Espíritu Santo” – invoca al Espíritu Santo a “llenar los corazones de los fieles y encender en nuestros corazones el fuego de su amor”. La catequesis empapada con la fe es el camino y el mecanismo para que esa luz y ese fuego arden brillantemente en la parroquia, la Diócesis, la Iglesia y el mundo.
En los años recientes, la polarización que parece haber agarrado a la plena sociedad y también a la Iglesia, junto a la confusión causada por ella, y el caos y el sufrimiento en nuestras vidas exacerbados por la experiencia continua de la pandemia, han creado un ambiente en que la búsqueda por la verdad sea aún más urgente y primordial. Para “compartir la fe” y vivirla profunda y verdaderamente a través de lo que decimos y hacemos, y como vivimos y atestiguamos al Señor Jesucristo vivo en el mundo, implica un alcance renovado catequético que llevará luz a las tinieblas, esperanza a la desesperación, caridad a la experiencia de alienación y aislamiento, y claridad de razonamiento a un mundo confundido por las cosas contrarias al Evangelio.
Esa es la misión de la Iglesia Católica hoy en día y la vocación de sus catequistas quienes llevan la verdad de nuestra fe en sus corazones y manos mientras “comparten la fe”. El papa Francisco lo dijo tan bien: “¿Quién es el catequista? Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás” (Homilía, Misa para la Jornada de los Catequistas, 29 de septiembre, 2013).Dios me los bendiga.