¡Feliz Navidad! “En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación”, escribió San pablo a Tito en la segunda escritura de hoy, “mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Esto es lo que celebramos esta noche, el cumplimiento de la profecía de nuestra primera lectura de Isaías, “el pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido”.
El Evangelio según San Lucas nos cuenta la historia con los detalles alegres que hemos repetido tantas veces en nuestra Iglesia hace 2,000 años, que hemos escuchado y conocido toda nuestra vida cristiana: “Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor”.
Como sacerdote y predicador de la Palabra de Dios que se ha parado en muchos púlpitos hace 38 años, siempre me cuesta predicar la Misa Navideña para proclamar el mensaje de la Navidad de una manera nueva. La congregación y la audiencia siempre están diferentes pero la historia nunca cambia, es lo mismo: el camino a Belén, el pesebre, María, José, los animales, los pastores, los ángeles, la estrella, el Bebé, el mensaje, la verdad: “La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros… y hemos visto su gloria”.
Pero esa gloria ha sido, y es, eclipsado, oscurecido, ensombrecido en nuestro mundo desde aquella noche en el antiguo Belén. A veces, cuesta ver esa gloria, para aceptarla, para agarrarla en nuestras propias historias, en nuestras propias experiencias, en nuestras vidas, en nuestros propios momentos en esta vida. Y, tristemente, pasa también dentro de nuestra Iglesia. Tenemos que continuamente recordarnos de la profecía de Isaías, “el pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz”. La estrella que brilló en aquel cielo oriental aquella primera noche navideña sigue brillando – Cristo ha nacido, Cristo se ha dado, Cristo es nuestro Salvador – esa estrella, mis hermanos y hermanas, es nuestra fe. Esa estrella, mis hermanas y hermanos, es más brillante, la más fuerte, la más verdadera que cualquier oscuridad o dificultad que el mundo, iluminado por ella, que podríamos encontrar en el camino. Escuchar la historia que hemos oído tantas veces, escucharla pero cómo si fuera primera vez. Escuchar a los ángeles cómo hablaron con la joven María en la Anunciación, “María, no tengas miedo; “escuchar a los ángeles mientras hablaron al carpintero José en un sueño después de enterarse que su esposa ya estaba embarazada, “José, hijo de David, no tengas miedo”; escuchar a los ángeles mientras hablaron con los pastores asustados mientras observaban la estrella tan extraña y brillante aquella noche, “no tengan miedo porque ¡los traemos buenas noticias de gran alegría”! ¡Alegría de Navidad! La alegría navideña proclamada de la Iglesia por los siglos que sigue uniéndonos esta noche para escuchar la Palabra de Dios y recibirlo en la Eucaristía. La alegría navideña que nos une a nuestras familias y a nuestra comunidad parroquial.
Mis hermanas y hermanos, tal vez los ángeles antiguos nos están hablando ahora mismo en medio de las circunstancias particulares de nuestras vidas y nuestro mundo – y ustedes saben cuáles son esas circunstancias – y debemos escuchar a los ángeles mientras susurran y cantan y gritan, “no tengan miedo”. Miremos a la estrella y dejemos que su luz brille, abracemos a nuestra fe esta Navidad y nunca se la soltemos. ¡Que dejemos a Dios ser Dios en nuestras vidas y en nuestro mundo! ¡Cristo nuestro Salvador ha nacido! Proclamemos con los ángeles, “Gloria a Dios en el cielo y paz a todos de buena voluntad”… tengamos fe porque Él está feliz con nosotros. ¡Feliz Navidad!