Todos conocemos bien el momento tenso entre Poncio Pilato y el Señor Jesús cuando Pilato demanda “¿qué es la verdad”? después de la revelación del Señor Jesús: “He venido al mundo para atestiguar a la verdad” (Juan 18: 37-38). Pilato no era el primero de lanzar esa pregunta y el Señor Jesús tampoco era el primer recipiente. “La verdad” ha sido el enfoque del estudio, investigación y debate de por la mayoría de la historia grabada. Los filósofos, teólogos, académicos, estudiantes, personas de fe, personas de ninguna fe se han cuestionado y discutido su significado por los tiempos. En algún momento, simplemente nos toca aceptar una idea o definición de la verdad y seguir adelante.
Cuando yo estudiaba la filosofía escolástica en el seminario hace muchos años, recuerdo leer varias definiciones de la verdad. La que tenía más sentido para mí era de San Tomás Aquino en su Summa Teologiae (ST): “la verdad es conformar la mente a lo que existe en la realidad” (ST I.16.1). Hay dos partes de su definición: (1) lo que existe en la realidad – en otras palabras, lo que es; y, (2) conformar la mente, el intelecto, a él. Sin entrar en las reacciones de filósofos por los siglos, ambos por y contra, a esa idea de San Aquino porque a mí me parece tan obviamente correcto.
Atestiguar a la verdad
Volviendo al Señor Jesús. “He venido al mundo para atestiguar a la verdad”, mencioné anteriormente del diálogo entre el Señor Jesús y Poncio Pilato. En otros lugares de los Evangelios, el Señor Jesús se revela a sí mismo como “la verdad” cuando dice a Tomás, el dudoso, en el Evangelio de Juan: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14:6). La verdad es, como la reconocemos nosotros, lo que es, y nuestra capacidad de ver, comprender, entender y conformar nuestras mentes a ella tal como es realmente. El Señor Jesús ciertamente parece esa descripción.
Existe una conexión cierta entre la declaración de autoidentificación de parte del Señor Jesús en el Evangelio de Juan – “Yo soy la verdad” – y el concepto duradero encontrado en el Antiguo Testamento. En el Libro de Éxodo, leemos la historia conocida de “Moisés y el arbusto en llamas” (Éxodo 3:1-15). Cuando Dios se le apareció por primera vez y le habló, Moisés le pidió por su nombre para que pudiera pasar la voz a los israelitas. “Soy” respondió Dios (Éxodo 3:14). El hecho de que Dios se reveló y se identificó de manera que Moisés y los israelitas podían entender para conocerlo, lo hace posible de que sus mentes pudieran corresponderse a su realidad y encontrar “la verdad”, la misma verdad revelada por el Señor Jesús siglos después cuando se reveló como “la verdad”.
Como cristianos católicos, creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, la Palabra del Señor” y, entonces, la verdad. Los académicos refieren a esta verdad como la “inerrancia de la Escritura”. Los autores inspirados de los textos bíblicos usan todo tipo de estilo y forma literario, y a veces escriben cosas que parecen contrarias, pero, la verdad de su revelación, a pesar de las diferencias, no es contradictoria. Señalan la misma realidad. Eso es lo que creemos como cristianos católicos. Los diferentes formas y géneros utilizados hacen de que la verdad sea accesible y conocible a la mente e intelecto humano. La verdad, entonces, implica nuestras mentes e intelectos que resulta en comportamiento y conducta humano que se conforme a ella.
Jesús dijo: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; 32 y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:31-32).
En el Señor Jesús, caminamos en la verdad. Eso ha sido y es el camino duradero de la Iglesia, sin ninguna cosa semejante de por toda la historia humana.
Como cristianos católicos, creemos que no solamente las Sagradas Escrituras sino también la enseñanza y tradición de la Iglesia sean fuentes de la verdad revelada de Dios. Conocer la verdad, confiar en la verdad debe crear una diferencia en nuestras vidas.
La Iglesia y la Verdad
La Iglesia Católica ha pasado por momentos duros de por los siglos, sin duda. Pero también ha habido muchos logros positivos y cambios externos por los tiempos, incluyendo las maneras de cómo expresamos la(s) verdad(es) de nuestra fe. La verdad en sí no ha cambiado. El Señor “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). El Señor Jesús no ha tenido ningún cambio de idea en cuanto la Iglesia Católica que él estableció tampoco. Todavía es responsable por revelar la verdad, presentar la verdad, enseñar la verdad y atestiguar a la verdad, cada día sin cesar.
Leemos en la Segunda Carta a Timoteo:
En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino y que juzgará a los vivos y a los muertos, te doy este solemne encargo: Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar. Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír. Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a los mitos (2 Timoteo 4:1-4).
San Pablo lo ha dicho perfectamente aquí. Desde los tiempos más tempranos de la Iglesia, personas han intentado parecer “maestros que les digan las novelerías que quieren oír”, buscando su propio bien mientras alejan a los fieles de “escuchar la verdad” a favor de “mitos” que proponen. Pero, como Jesús advierte en el Evangelio de Mateo, “Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran” (Mateo 7:14).
El Catequismo nos recuerda:
En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad”, él es la “luz del mundo”, la Verdad. … Seguir a Jesús es vivir del “Espíritu de verdad” que el Padre envía en su nombre y que conduce “a la verdad completa”. Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad … El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla: “Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas [...], se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (CIC 2466-2467).
Por esto la Iglesia una, santa, católica y apostólica cree lo que cree, profesa lo que profesa, enseña lo que enseña, practica lo que practica; esto se conoce como “el depósito de fe”. Este “depósito de fe” en la Iglesia Católica incluye una declaración comprensiva de verdad(es) además de un equipo de enseñanzas y expectativas válidas basadas en ella con esta meta: guiar a los fieles cristianos católicos por “esa puerta estrecha” de que habla San Pablo.
La verdad no es la verdad porque la creemos. La verdad es verdadera, creamos o no.
La verdad no es verdadera hoy y falsa mañana. La verdad no es caprichosa; no es el tema de encuestas populares o votaciones por mayoría; no es “la masa” de decisiones arbitrarias basadas en lo que sea lo más fácil o conveniente o lo que “se siente bien” en algún momento ligero. La verdad es el Señor Jesús viviendo entre nosotros en la Iglesia establecida por él. La verdad es lo que enseña la Iglesia basado en su revelación, dejando que se la conoce de generación a generación. La verdad es “Pedro” sobre quien la Iglesia se fomentó para que, como él dijo, “lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 18:18).
En la noche antes de que moriría por nosotros, el Señor Jesús reunió con sus Apóstoles y rezó a su Padre por ellos, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17:17-20).
Vivimos en tiempos confusos, tiempos de duda, tiempos de división en casi cada ámbito humano. Yo creo que, de vez en cuando, es importante recordarnos de que haya una verdad mayor que las opiniones y agendas que parecen dividirnos. La verdad es el Señor Jesús y su Evangelio. La misión de nuestra Iglesia es compartir esa verdad con el mundo.