La clausura temporal de las iglesias a los fieles de la Diócesis de Trenton y sus efectos en la celebración pública de la Misa y los Sacramentos en su forma ritual usual han sido las decisiones más difíciles y dolorosas que he hecho en mi vida. Fueron igual de difícil y doloroso de recibir para los sacerdotes y el pueblo parroquial de los cuatro condados, especialmente durante el tiempo más sagrado del año.
Al principio, yo intenté dejar las iglesias abiertas para la oración durante el día y, entonces, implementar la norma de “no más de 10 personas” para la distancia social recomendada por los oficiales de salud publica y los epidemiólogos. Ellos están mucho más sabios y preparados que los demás de nosotros para poder responder a esta enfermedad masiva y tan contagiosa. Las escuelas públicas y parroquiales además de los programas de educación religiosa ya se habían cerrado, postergando fechas para abrir de nuevo dos veces.
Pronto, los expertos de salud recomendaron que cualquier reunión publica podría exponer a personas a proliferar rápidamente el COVID-19, especialmente por las personas que no demostraron síntomas. Lo que habían nombrado un “estado de emergencia” en el país y el estado ahora se convirtió a ser una “pandemia”. Las iglesias tenían que estar cerradas al público y cualquier ceremonia litúrgica o sacramental tenía que ser postergada. El 1 de abril, yo tomé esa decisión.
La situación fue sin precedente, y las emociones están muy fuertes. Algunos consideran que las decisiones sean demasiado. Otros se encuentran agobiados por la cantidad de los enfermos y los muertos que subía cada día más. Otros no saben lo que pensar ni cómo procesar la gran cantidad de información. La confusión, el miedo y el estrés crecía mientras el contagio se evolucionaba y se proliferaba. Nos dicen sin parar que debemos seguir practicando la buena higiene y la distancia social restringida y, simplemente, “mantenernos en casa”.
Los Centros del Control de Enfermedades (CDC por sus cifras en inglés) y la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA por sus cifras en inglés), además del Departamento de Salud de New Jersey han organizado y coordinado nuestra respuesta estatal y nacional a la pandemia del COVID-19. La Diócesis de Trenton cuidadosamente sigue su dirección y consejo.
Yo no soy médico, epidemiólogo, microbiólogo, científico, investigador ni oficial del gobierno. Soy el obispo diocesano y mi mayor responsabilidad es proveer por el cuidado pastoral de los fieles de la Diócesis y ayudar a que se desarrollen en la fe católica. Sin embargo, ese deber no puede ignorar el bienestar físico ni el bien común de los fieles que caen en mi cuidado. Para eso, tenemos que seguir el consejo de los médicos, epidemiólogos, microbiólogos, científicos, investigadores y oficiales del gobierno. Como Obispo de la Diócesis de Trenton, para responder a esta pandemia, yo he seguido su consejo y nuestras iglesias se mantendrán cerradas hasta que sea seguro de nuevo para abrirlas al público. No voy a arriesgar al Pueblo.
Mientras, los párrocos, sacerdotes parroquiales y yo hemos animado a los fieles no perder la fe ni desanimarse. De hecho, en este tiempo de crisis, todos debemos estar más convencidos que nunca del cuidado de Dios y su presencia constante. Todos tenemos que expresar nuestra fe de otras maneras en estos tiempos. Las parroquias y la Diócesis han transmitido Misas virtuales y servicios de oración también. Aunque todos deseemos poder volver a la normalidad pronto, muchos de los fieles han expresado un sentido de agradecimiento frente a estos esfuerzos y alcance.
Cada uno de nosotros puede y debe orar cada día. Al mirar las Misas virtuales, debemos escuchar a las lecturas, las homilías y las oraciones y hacer la “comunión espiritual” que los santos y hermanos católicos han hecho durante siglos cuando no era posible recibir la Santa Eucaristía. Rezar el Rosario y nuestra tesorería de oraciones complementa nuestras oraciones y devociones personales. Leer las lecturas y otras obras espirituales sirven para fortalecer nuestra vida de fe.
Los videos esperanzadores de parte de nuestros párrocos y parroquias en línea también son una fuente de confort espiritual. Debemos unir los sacrificios espirituales que estamos asumiendo a la Cruz de Cristo. Nos pidió hacer esa misma cosa varias veces en los Evangelios: Entonces Jesús dijo a sus discípulos, “Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga” (
Mateo 16:23; Mateo 10:38; Marcos 8:34; Lucas 9:23; Lucas 14:27).
Más temprano esta semana, leí un artículo en línea por Carol Glatz en la publicación católica, Crux, que se dirige al sacrificio que ahora tenemos frente a nosotros quienes no podemos recibir la Santa Eucaristía. En su reportaje, Glatz menciona una reflexión en la edición del periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, del 18 de abril, escrito por el padre jesuita Federico Lombardi, director retirado de prensa del Santo Sede (2006-2016). Glatz escribe:
Vivir la abstinencia forzada de la Eucaristía “puede ser un tiempo de crecer en la fe, del deseo por el regalo de la Comunión sacramental, de solidaridad con los otros quienes, por varias razones, no pueden beneficiarse de ella, de libertad del descuido del hábito”.
“Entender de nuevo que la Eucaristía sea un regalo entregado libremente y sin esperarlo del Señor Jesús”, algo que se debe querer con el corazón entero todo el tiempo, “¿no podría ser un resultado de este tiempo tan desconcertado”?
El sacerdote jesuita se dirigió a la práctica antigua, pero, hasta recientemente, mayormente ignorada, de la “comunión espiritual” – invitando a Jesús al corazón y alma cuando no es posible comulgar el sacramento verdadero.
Recibir la Santa Eucaristía es extremamente importante, escribió el sacerdote, “pero no es la única ni la indispensable manera de unirse a Jesús y su cuerpo que es la iglesia”. Durante la pandemia cuando tantas personas están obligadas no recibir la Eucaristía, muchas más están profundamente sintiendo el vacío de no recibir este “pan de cada día”, escribió.
La iglesia aceptó imponer este sacrificio a los fieles “como signo de solidaridad y participación en lo que está pasando a la plena sociedad restringida por limitaciones, sacrificios y sufrimiento por esta pandemia”, escribió.
El ayuno es un sacrificio, pero puede ser un momento de crecimiento”, escribió. “Como el amor de la pareja”, quien, por razones fuera de su control, “se encuentra separada, puede crecer y unirse aún más profunda y fielmente, el ayuno de la Eucaristía puede ser un tiempo para crecer en la fe”, dijo Lombardi.
Estar sin la Eucaristía durante esta pandemia es ciertamente muy lejos del ideal y nunca no preferible a poder recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Nadie dice el contrario. Pero, cuando recibirla no sea posible, como es el caso temporalmente ahora, el padre Lombardi tiene un punto bueno y valido.
Depende de cada uno de nosotros encontrar algo bueno espiritual de este sacrificio difícil que nos está impuesto. Quejarnos, demostraciones enojadas y escribir peticiones – aunque sean maneras de compartir nuestras emociones – no brindarán ningún bien espiritual. No harán que termine la pandemia, no nos mantendrán seguros y sanos, no abrirán nuestras iglesias ni tabernáculos más rápidamente y no fortalecerán nuestra fe.
La paciencia en el sufrimiento y el sacrificio es el ejemplo que el Señor mismo nos ha dado y lo que el Señor nos pide de nosotros hasta que la comunidad de fe está segura para poder reunirse en la iglesia y recibirlo de nuevo en la Santa Eucaristía. Ese momento llegará, sin duda. Hasta entonces, sin embargo, que nos hagamos dispuestos a recibir al Señor en el corazón y orar por los demás.