Acabo de volver del cementerio donde visité a mi madre. Puse flores en su memoria en su tumba para el Día de la Madre. Me cuesta creer que ya han pasado cuatro años desde que falleciera. Estas ocasiones en el cementerio son momentos sagrados para mí, un tiempo para recordar y un tiempo de agradecimiento por los recuerdos. Y, a pesar de que el Señor le ha llevado a casa, ella realmente no me ha dejado a mí. Siento su presencia conmigo cada día. Espero y rezo que todos los fieles que tienen a sus madres en el Cielo compartan esa misma experiencia, ese mismo sentimiento.
Nuestras madres son uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado. Nos aman incondicionalmente y sin hesitación, pidiendo tan poco de vuelta. Nosotros las honramos con un domingo especial en mayo una vez al año pero cada día que gozamos de respirar debe ser un día para honrar a nuestras madres quienes, con la gracia de Dios, nos han dado la vida. ¿Dónde estaremos sin ellas? Es muy difícil imaginar.
Este Día de la Madre, celebremos su amor a través de expresar nuestro amor y agradecimiento por ellas. Estén con nosotros o se hayan unido a los santos en el cielo, nuestras madres merecen de nuestro tiempo, nuestra atención, nuestro afecto y nuestra gratitud. Realmente, nunca nos dejan… nunca.
Ellas viven mientras nosotros vivimos. Viven en nuestros corazones. Mientras viven ellas y hacia la eternidad, nos aman con todo el corazón. ¡Feliz Día de la Madre!
En esta foto de los archivos del Monitor, Obispo O'Connell saluda a su madre, June, al empezar la Misa de su ordenación episcopal el 30 de junio, 2010, en la Catedral Santa María de la ASunción, Trenton.