Sí, este miércoles el 15 de agosto, la Solemnidad de la Asunción de la Bendita Virgen María al Cielo y la fiesta patronal de la Diócesis de Trenton, ES un día santo de obligación. Es decir que los católicos estamos obligados asistir a Misa en la vigilia (la noche antes) o en el día mismo. En lugar de enfocarnos en “la obligación” que está descrita en las provisiones del derecho canónico (cifras 1246 y 1247) y apoyadas por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB por sus cifras en inglés) para nuestro país, tal vez debemos considerar las razones que tienen que ver con nuestra fe acerca la obligación.
La Bendita Virgen María es la Madre del Señor Jesucristo y, entonces, ella posee el título y la identidad de “Madre de Dios”. Por la historia de la Iglesia, María ha tenido el lugar singular de honor y preeminencia entre la comunión de los santos. Escogida por Dios para ser la madre de su único Hijo, María fue concebida en el vientre de su madre sin la mancha del pecado original y “llena de gracia” tal como anunció el Ángel Gabriel cuando ella concibió al Señor Jesús (Lucas 1:28). De manera semejante, por razón de su relación única y privilegiada con el Señor Jesucristo, fue asunta en cuerpo y alma cumplido el curso de su vida terrena. Estas dos convicciones de la fe son íntimamente relacionadas y proclamadas y mantenidas por la Iglesia – la Inmaculada Concepción y la Asunción. Y las dos merecen un reconocimiento y celebración especial en la Iglesia. Por eso ambas son días sagrados de obligación, el 8 de diciembre y el 15 de agosto respectivamente.
La doctrina de la Asunción de la Bendita Virgen María al Cielo fue definida y declarada “dogma de revelación divina” (es decir que es infalible y sin duda) por el papa Pio XII en su constitución apostólica “
Munificentissimus Deus” (1 de noviembre, 1950).
¿Se murió María realmente? Ni las Escrituras ni la tradición de la Iglesia, inclusa la declaración del papa Pio XII, no responden a esa pregunta explícitamente. Sin embargo, muchos santos y teólogos católicos por los siglos creen que sí se muriera pero no como resultado de cualquier pecado original ni humano – de los cuales ella fue salvada – sino en conformidad a la experiencia de su Hijo, Jesús, quien sí murió. El papa Pio XII explicó que “Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación” (Audiencia general, 25 de junio, 1997, 3).
¿Qué significa “la asunción”? La manera más simple de explicar – y la realidad es cualquier otra cosa que simple con solamente la razón – “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste” (Papa Pio XII, “
Munificentissimus Deus”, 44). Es importante darnos cuenta de que la enseñanza de la Iglesia no utiliza términos como “resurrección” ni “ascensión” para definir ni describir la asunción de María como se usa con Jesús, su Hijo. Ella no “se resucitó de la muerte” ni “se reavivó” en la tierra ni “se ascendió al cielo por su propio poder”. María “fue asunta al cielo en cuerpo y alma” por Dios al cumplir con su vida terrena.
¿Encontramos la doctrina de la Asunción de la Bendita Virgen María en las Sagradas Escrituras? Sí y no. No hay ningún texto explícito en la Biblia que habla de la Asunción de María pero se ve precedentes de la “asunción” en los casos del patriarca Enoc y el profeta Elías en el Antiguo Testamento porque Dios asumió a ambos hombres santos de la historia de la salvación al cielo. Al reflexionar sobre el rol único de María en la historia de la salvación y su unión perfecta con su Hijo, la Iglesia temprana defendió el caso de la Asunción de María en la fe que últimamente, ella compartiera en su gloria. Después de todo, ella estuvo presente en su encarnación y nacimiento, presente con José en el templo de Jerusalén, presente en toda su “vida escondida”, presente para su primer milagro en Caná, presente en los momentos significantes de su ministerio público, presente en su crucifixión y entregada al cuidado de Juan el discípulo amado, y presente en los principios de la Iglesia. Ella, de manera verdadera, “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Los académicos de las escrituras han iluminado varios temas en la Biblia que apoyan la creencia de la Iglesia de la Asunción de María. Obras artísticas cristianas representan la muerte o “dormición” de María además de su asunción en cuerpo y alma al cielo. La fe en la Asunción de María tiene una fundación fuerte por toda la historia de la Iglesia.
Lo que la Asunción de María significa para nosotros.
La Asunción de María anticipa nuestra última unión con Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) dice:
… Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen Gentium 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903).
La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos (CIC, 966).
La Asunción de María es “un tipo” de la Iglesia y un modelo para todos los cristianos. El Segundo Concilio Vaticano nos recuerda que:
La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre (“Constitución dogmática sobre la Iglesia,
Lumen Gentium”, 63).
La Asunción de María nos enseña a confiar y esperar. El santo papa Juan Pablo II predicó que para poder tener éxito en nuestras intenciones, debemos entregarnos a la Bendita Virgen María siempre, pero especialmente en los momentos difíciles y oscuros:
De María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las cosas. De María aprendemos a confiar también cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios… Aprendamos de Ella a ser fieles siempre, a confiar en que la Palabra que Dios nos da será cumplida, y que nada es imposible para Dios (Papa Juan Pablo II, homilía en Washington, D.C., 6 de octubre, 1979).
La Asunción de María nos muestra nuestro destino en Cristo. El santo papa Juan Pablo II dijo:
En ella, elevada al cielo, se nos manifiesta el destino eterno que nos espera más allá del misterio de la muerte: un destino de felicidad plena en la gloria divina. Esta perspectiva sobrenatural sostiene nuestra peregrinación diaria. María es nuestra Maestra de vida. Contemplándola, comprendemos mejor el valor relativo de las grandezas terrenas y el pleno sentido de nuestra vocación cristiana (Papa Juan Pablo II, homilía en la Basílica San Pedro, Roma, 15 de agosto, 1997).
La Asunción de María nos revela el poder del amor. El santo papa Juan Pablo II proclamó:
María, elevada al cielo, indica el camino hacia Dios, el camino del cielo, el camino de la vida. Lo muestra a sus hijos bautizados en Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Lo abre, sobre todo, a los humildes y a los pobres, predilectos de la misericordia divina. A las personas y a las naciones, la Reina del mundo les revela la fuerza del amor de Dios, cuyos designios dispersan a los de los soberbios, derriban a los potentados y exaltan a los humildes, colman de bienes a los hambrientos y despiden a los ricos sin nada (Lucas 1, 51-53) (Papa Juan Pablo II, homilía en la Basílica San Pedro, Roma, 15 de agosto, 1999).
La Asunción de María nos dice que la vida no termina con la muerte. El santo papa Juan Pablo II explicó:
La Asunción de María es un acontecimiento que nos afecta de cerca, precisamente porque todo hombre está destinado a morir. Pero la muerte no es la última palabra, pues, como nos asegura el misterio de la Asunción de la Virgen, se trata de un paso hacia la vida, al encuentro del Amor. Es un paso hacia la bienaventuranza celestial reservada a cuantos luchan por la verdad y la justicia y se esfuerzan por seguir a Cristo (Papa Juan Pablo II, homilía en la Basílica San Pedro, Roma, 15 de agosto, 2001).
La Asunción de María cumple su trabajo terreno y nos invita unirnos a ella en la eternidad. El año pasado, el papa Francisco habló a unos 20,000 peregrinos en la Plaza San Pedro en la Solemnidad de la Asunción:
…
Ella trae una nueva habilidad de fe que sobrepasa los momentos más dolorosos y difíciles; ella trae la habilidad de la misericordia, del perdón, de la comprensión, de apoyo. … Le pedimos protegernos y apoyarnos a ser santos, para que algún día, nos encontremos con ella en el cielo (Papa Francisco, “El Ángelus”, 15 de agosto, 2017).
La Solemnidad de la Asunción de la Bendita Virgen María es más que una obligación para los católicos. Es una verdad de nuestra fe, rica y de gran significado, tanto que estamos llamados a celebrarla sea de manera obligada o no. Cada fiesta de la Bendita Virgen María durante el calendario eclesial nos acerca a Cristo su Hijo a través de su unión materna con él. El san Bernardo de Clairvaux lo expresó hermosamente:
En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres – dice – piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tu la sigues, no puedes desviarte; si la rezas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta.
Que María, la Madre de Dios y la Madre de la Iglesia, asunta al cielo, ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. ¡Amén!