“Cuando crezca más y salgo de la escuela, yo quiero ser… un santo”. Umm, ¿Qué cosa? ¿Un santo? No se oye eso muy a menudo. Me parece más normal oír cosas como atleta profesional, bombero o policía, médico, abogado, ingeniera, veterinario, científica, maestro… sí, estas son las respuestas más comunes a las encuestas averiguando lo que quieren ser los jóvenes. Pero, ¡¿un santo?! Nunca vemos esa respuesta en la lista. ¿Sabes qué? Ustedes podrían ser cualquier de esas cosas y buscar alcanzar las metas de esas carreras… y todavía ser santos o santas.
Es la pura verdad, compañeros.
Los santos son personas que ponen a Dios en el centro de sus vidas. Dios es lo más importante para ellos y siempre recuerdan que Dios les creó y les ama. Siempre viven sin olvidar su presencia. Rezan. Priorizan a los demás. Buscan apoyar a otros. Son amables. Aman a sus madres y padres y familias. Respetan a los demás y sus diferencias y no ser abusivos. Se respetan a ellos mismos, a sus cuerpos y los cuerpos de otras personas. Respetan la tierra. Hacen lo justo a pesar de lo que otros hacen o dicen.
Al reflexionar sobre todo esto, damos cuenta que las personas que viven así son buenos seres humanos y bastantes chéveres. Suelen tener buenos amigos y atraer a los demás. ¿Saben qué más? Suelen ser bastante alegres, felices y agradecidos por lo que tienen en la vida. Son sólidos. Son sagrados, pero no son perfectos – nadie es perfecto – pero sí sagrados, viviendo tal cómo Dios quería que vivieran. Lograrán grandes cosas cuando sean mayores pero me pregunto “¿por qué esperar”? Ser santos empieza ahora mismo… no hace falta esperar ser mayor. Si ustedes quieren ser buenas personas, personas santas, ¿por qué esperar? Igual que cualquier otra cosa en la vida, tener éxito en alguna cosa necesita práctica, un montón de práctica. Es lo mismo en cualquiera carrera profesional. Es lo mismo para poder mantener amistades sanas y buenas. Es lo mismo también para las cosas de la fe y la santidad y… ¡para hacernos santos!
Nos hacen falta santos en el mundo, en nuestro país, en la Iglesia, en la escuela, en las familias, en las amistades, en el trabajo, en lo que esperamos hacer y ser… pero no solamente “algún día” o en un futuro lejano. ¡Necesitamos santos ahora mismo! ¡Y tenemos que empezar a practicar ahora mismo!
Casi siempre cuando pensamos en los santos, pensamos en personas mayores, personas que vemos en las ventanas pintadas en la iglesia o en estatuas, personas que vivían hace mucho tiempo. Algún tipo con una barba larga vestido como monje o sacerdote; alguna mujer religiosa en la vestimenta de una monja con una vela en su cabeza. Alguien que vivió su vida en algún monasterio o o convento o desierto o con las manos siempre unidas en la oración. Probablemente hay más de 10,000 personas canonizadas como santos en la Iglesia Católica, y muchos de ellos se veían de esa manera. Eran personas verdaderamente buenas y sagradas. Nos hacen falta esos santos para inspirarnos a ser buenos y sagrados. ¿Pero cuántos santos parecían a ustedes? ¿Cuántos santos eran jóvenes o de la edad de ustedes? ¿La respuesta? Más que piensan, cientos de ellos. Algunos murieron por su fe. Y la mayoría de ellos no se convirtieron en santos cuando se hicieron mayores y murieron y fueron canonizados por la Iglesia. Se convirtieron en santos mucho antes de ser canonizados, empezando durante su juventud, ¡cuando tenían la edad de ustedes! ¡Se veían semejantes a ustedes! Vivían sus vidas siguiéndolo al Señor Jesús desde sus primeros días, intentando ser santos. Querían ser santos aún si no lo mencionaban o hasta no lo reconocían conscientemente.
Un francés que murió hace más de cien años, el autor León Bloy (1848-1917), escribió que “¡la única tristeza real, el único fracaso real, la única tragedia real en la vida es no convertirnos en santos”! Bloy creció en una familia muy católica pero él odiaba la Iglesia como niño. Se consideraba ateo. Cuando tenía 16 años, consiguió trabajo en Paris y conoció a un viejo autor católico que admiraba y con quien conversaba a menudo. Adivinen lo que pasó. Como joven adolescente, empezó a pensar sobre la Iglesia de manera diferente y tuvo una conversión radical. Empezó a escribir sobre sus dudas, conversaba con otros escritores y artistas sobre la fe y se hizo un católico comprometido. Nunca le canonizaron santo pero influyó a otros a creer profundamente en Dios y la Iglesia. Las personas le prestaban atención. Bloy se dio cuenta que Dios era “la completa razón por nuestra existencia” y es eso que hace falta para empezar a ser santos. En su primera homilía como papa en el 2013, casi 100 años después de la muerte de Bloy, ¡el Papa Francisco compartió algo de sus escrituras!
Las personas que estudian y hacen investigaciones sobre la religión actualmente han publicado encuestas que revelan que los jóvenes de 13 años ahora salen de la Iglesia en grandes números, cerca de haber recibido el Sacramento de Confirmación. Me parece que, para ellos, la Confirmación es su “graduación de la religión y la fe”. Como obispo, esto me entristece profundamente. En lugar de sentirse llenos del Espíritu Santo y sus dones en un momento clave de sus vidas, abandonan su gracia y abandonan su compromiso a la fe católica. ¿Y qué es que reemplaza el espacio que dejan? Los valores sin fe o la falta de valores – de un mundo que rechaza a Dios y a Cristo y a su Evangelio. Una Iglesia que pierde a los jóvenes es una Iglesia que pierde la esperanza y la alegría, una Iglesia sin santos que buscan poner a Dios en medio de sus vidas jóvenes… para el resto de sus vidas.
Este año, la Diócesis de Trenton celebra el “Año Jubilar de la Juventud”, un tiempo para dar la bienvenida a los jóvenes, un tiempo para escuchar a los jóvenes, un tiempo para animar y fortalecer su fe y mostrarles la diferencia que hace vivir la fe en sus propias vidas. Es un año dedicado a apoyarlos, animarlos a querer ser santos. Más que nunca, necesitamos santos que se ven como ustedes, que son como ustedes. Los jóvenes – ustedes – son la esperanza de la Iglesia, no solamente para el futuro sino para el presente. Nos hacen santos. ¡Les necesitamos a ustedes ahora!
El beato Papa Pablo VI, quien será canonizado santo el 14 de octubre de este año, escribió que “el hombre moderno escucha más líberamente a testigos que a maestros y si él/ella escucha a los profesores es porque sean testigos”. Este “Año Jubilar de la Juventud” es para los jóvenes, sí lo es, pero vendrá y se irá si nosotros – los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, los profesores, los feligreses, todos los fieles, especialmente las madres y los padres de familia – no atestiguamos al Evangelio, si no atestiguamos a la fe de los santos que fundaron la base de los 2,000 años de nuestra Iglesia, si no atestiguamos a la experiencia cristiana alegre, comprometida y vivida. Los jóvenes necesitan de nuestro testimonio y lo necesitan ahora mismo. ¿Cómo nos van a creer si nuestras propias vidas no demuestran este testimonio?
En el mismo que la Iglesia canoniza al beato Papa Pablo VI, 81 años (1897-1978) y el beato Arzobispo de San Salvador Oscar Romero, 63 años (1917-1980), el Papa Francisco también canonizará al beato Nunzio, 19 años (1817-1836), quien era un joven italiano que vivió su vida corta de fe en búsqueda de la santidad de manera extraordinaria. Cada uno de estos santos atestiguaban a Cristo, pero el joven Nunzio ganó este honor y título como adolescente y modelo, un testigo para católicos jóvenes en todo lugar, para ustedes.
En este “Año Jubilar de la Juventud” yo espero contarles historias de santos jóvenes; personas como ustedes, hombres y mujeres jóvenes que pueden enseñar algo a los demás jóvenes en la Iglesia para ellos, al igual que ustedes, sean testigos a la fe. Espero que ustedes, también, quieran ser santos.