En los primeros siglos de la Iglesia, las “fiestas navideñas” en los días después de la Navidad se celebraban el 6 de enero. En el cuarto siglo, algunas diócesis comenzaron a celebrar la Fiesta de Navidad y la Fiesta de la Epifanía por separadas, en el 25 de diciembre y el 6 de enero respetivamente, creando los “doce días de la Navidad” del Tiempo de Navidad.
La Fiesta de la Epifanía se relaciona con la “visita de los Magi” – “los tres magos”, a veces conocida como “Tres Reyes” – quienes siguieron la estrella a Belén para adorar al Mesías recién nacido con regalos de “oro, franquíciense, y mirra”. Sin embargo, solo encontramos a los “sabios” en el Evangelio según San Mateo. No dice cuántos eran, no los reconoce como reyes, y no dice “cuando” visitaron. Se han debatido los detalles de esta parte de la historia navideña por académicos y teólogos desde hace siglos, pero esta “visita” tiene un papel significante.
Las raíces griegas de la palabra “epifanía” significan “manifestación de arriba”. En la Iglesia Católica latín u occidental, la Solemnidad de la Epifanía se refiere a la revelación de que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías prometido, visitado y adorado por los sabios. En la Iglesia Católica oriental, la palabra preferida para describir la fiesta es “teofanía” o “apariencia de Dios”. Aunque existan diferencias entre las tradiciones católicas orientales y occidentales en cuanto los detalles de la historia, la Navidad o Natividad del Señor necesitan de ambos, la epifanía y teofanía para comprender el significado verdadero y su papel. El punto de las historias y tradiciones que rodean la historia y las interpretaciones de ella nos llevan a concluir que Jesús, nacido en Belén, es el esperado Mesías divino anunciado por los antiguos profetas, revelado como el Hijo de Dios, y reconocido como el Hijo de Dios por las personas que atestiguaron su presencia en la tierra como la fuente de la salvación humana por Dios.
Oremos:
Padre celestial, revelaste tu Hijo a las naciones por la señal de una estrella, llévanos hacia la gloria en el cielo por la luz de la fe. Pedimos esto por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, quien vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por siempre, Amén.