Muchas veces durante el curso del año, visito las tumbas de mis padres. Llevo flores o plantas pequeñas para dejar ahí como recuerdo del amor que les tengo mientras rezo por ellos. Los cumpleaños, aniversarios y feriados me dan la oportunidad de visitarlos, además de otros días comunes. Con la lluvia de recuerdos que entran a mi memoria, a veces me río, y en otros momentos, lloro. Sus tumbas me recuerdan lo tanto que les extraño y que aún les quiero. En fe, reconozco que no “se encuentran ahí,” pero sus cuerpos difuntos descansan en ese lugar sagrado. Siempre me siento verdaderamente “en comunión” con ellos.
La Iglesia Católica dedica todo el mes de noviembre a “los almas santos en el purgatorio”, las personas que “nos dejaron antes marcados con el signo de la fe”. La Iglesia abre el mes de recuerdo con la Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre, una santa fiesta de obligación. Cada domingo y cada santa fiesta, los católicos profesamos que creemos “en la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna”. Esa profesión capta lo que representa todo el mes de noviembre en cuanto la oración y la reflexión de la Iglesia.
Los santos no solamente son personas canonizadas por el proceso formal de Iglesia – aunque la palabra las incluye sin duda – sino lo “santos” son las personas que, por su bondad, dedicación y testimonio al Señor Jesucristo durante su vida terrenal, ahora descansan completamente con él y sus hermanos y hermanas santos en la eternidad. Ellos “ven el rostro de Dios”. Eso es lo que nosotros creemos y profesamos. Seguimos atados a ellos y sus memorias y ellos a nosotros “en comunión”. Los honramos y ellos interceden por nosotros, sus queridos, ante Dios.
Se reconoce al 2 de noviembre como la Conmemorización de Todos los Fieles Difuntos, el día que empieza un mes de oración por las almas que, aunque vivieran buenas vidas buscando alcanzar la santidad aquí en la tierra, siguen en su camino hacia el cielo, reconciliándose por los pecados y errores cometidos buscando dejar atrás cualquier conexión al pecado. Se unirán completamente con Dios y con todos los santos en el cielo al cumplir con este “tiempo” de purgatorio. Nosotros les podemos apoyar en su caminar a través de nuestra oración. Las Escrituras nos animan hacer esto en el segundo Libro de Macabeos donde el santo autor escribe, “Pero creían firmemente en una recompensa para los que mueren como creyentes; de ahí que su inquietud era santa y de acuerdo con la fe. Esta fue la razón por la cual Judas ofreció este sacrificio por los muertos; para que fueran perdonados de su pecado (2 Macabeos 12:45-46).” Nuestro recuerdo del “difunto fiel” es “una de las expresiones más hermosas del espíritu católico (Papa San Juan XXIII)”. Nosotros estamos “en comunión” con los almas en el purgatorio también.
Al ponerme al reflexionar, mencioné visitar las tumbas de mis padres. Al mirar la piedra sepulcral de ellos, yo considero su memoria pero también me doy cuenta de mi propia mortalidad… bajo sus nombres y fechas de nacimiento y muerte está esculpido mi propio nombre y fecha de nacimiento. No sé cuándo aparecerán otros números pero sé que algún día vendrán. Y cuando pasa y tomo mi lugar en el purgatorio, espero que alguien rece por mí.
En la Solemnidad de Todos los Santos, mientras asistimos a Misa, recemos a Dios con gratitud por estos héroes de nuestra fe y celebremos sus vidas del Evangelio. En la Conmemorización de Todos los Fieles Difuntos y por el resto de noviembre, recemos por las personas que ya no están entre nosotros pero que siguen su camino a la gloria eterna, las personas y nombres que conocemos bien y que Dios conoce mejor todavía, Dios que es la meta de su caminar por el purgatorio. El mes de noviembre es un tiempo especial para ellas en el año eclesial. Algún día, será un tiempo especial para nosotros también.
“Concédeles, Señor, el descanso eterno y que les ilumine tu luz perpetua. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén”.