En mi carta pastoral para el “Jubileo Extraordinario de la Misericordia” a la Diócesis de Trenton, compartí estas siguientes reflexiones:
“La misericordia es el amor libre que Dios nos da, revelándose a nosotros y dejándonos saber y sentir su presencia. No es que ‘ganemos’ esta misericordia; no es que la merecemos; no tenemos ningún ‘derecho’ a ella. La misericordia es un don libre de Dios que, cuando la compartimos, nos acerca al mero ser de Dios, creando un momento en lo cual Dios se ve presente ‘a’ nosotros y, entonces, ‘a través’ de nosotros a los demás”.“La misericordia se demuestra a través del cuidado, la preocupación y la compasión de Dios por nosotros y, a cambio entonces, nuestro cuidado, preocupación y compasión por los demás en las situaciones concretas en sus vidas y en el perdón que extendemos hacia las personas que nos han perjudicado. De nuevo, la misericordia es algo que se da libremente y no porque se puede merecerla”.
"En la experiencia de la mayoría de las personas, mostrar la misericordia baja las defensas de ambos el dador y el recipiente, para que ambos puedan experimentar la vida en Dios tal cómo Dios quería. La misericordia no disminuye el juicio ni la justicia como algunos sugieren. La misericordia reconoce lo que nos queda por delante en la vida tal como es, verdaderamente, y mejora lo que encuentra, haciendo que merezca más amor, más compasión, más perdón – no porque el recipiente de la misericordia haya ganado ni merece esas cosas sino porque todos nosotros necesitamos del amor, la misericordia y el perdón para que seamos quienes debemos ser; a pesar de nuestra naturaleza humana caída. Solamente la misericordia puede lograr eso. La misericordia ve la verdad de la creación de Dios como “buena” aunque herida de alguna forma por la introducción de la maldad y el pecado en la experiencia humana. La misericordia retorna a la creación y la humanidad herida a su origen y la naturaleza en Dios”.
Hace veinte años, católicos de por todo el mundo hemos celebrado el “domingo de la Divina Misericordia” en el segundo Domingo de la Pascua. Originalmente añadido al calendario eclesial por el papa San Juan Pablo II, el Domingo de la Divina Misericordia se basa en las revelaciones privadas de una monja polaca, la hermana, ahora Santa María Faustina Kowalska (1905-1938).
Desde su niñez, Santa Faustina manifestaba una gran devoción a la Santa Eucaristía y la misericordia de Dios. En su diario, Santa Faustina escribió: “Oh Jesús mío, cada uno de Tus santos refleja en si una de Tus virtudes, yo deseo reflejar Tu Corazón compasivo y lleno de misericordia, deseo glorificarlo. Que Tu misericordia, oh, Jesús, quede (8) impresa sobre mi corazón y mi alma como un sello y éste será mi signo distintivo en esta vida y en la otra. Glorificar Tu misericordia es la tarea exclusiva de mi vida” (Diario, 1242). Dios respondió a sus oraciones.
El Señor Jesús le habló, otra vez grabado en su diario, “Antes del Día de la justicia envío el día de la misericordia. No deseo castigar a la humanidad quebrada sino sanarla, metiéndola en mi corazón misericordioso (Diario 1588). … Que sepas que tu obra es escribir todo lo que comparto contigo sobre mi misericordia, por el beneficio de quienes, a través de leer estas cosas, estarán confortadas y en sus almas y tendrán la confianza para acercarse a Mí” (Diario, 1693).
En su ceremonia de canonización el 30 de abril del 2000, el papa San Juan Pablo II se refirió a la hermana María Faustina en su homilía como “un regalo de Dios para nuestro tiempo”, citando el mensaje del Señor Jesús para ella, “La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia”. Él siguió, “Cristo nos ha enseñado que el hombre no solo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino está también llamado a ‘practicar la misericordia’ hacia los demás: ‘Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión’ (Mateo 5:7). … También nos mostró los muchos caminos de la misericordia, por los cuales no solamente perdona el pecado sino se alcanza a toda necesidad humana. Jesús se inclinó sobre cada tipo de pobreza, material y espiritual humano.
El bendito Santo Padre concluyó su homilía animando al mundo: “Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza: "Cristo, Jesús, en ti confío".
Ahora que celebramos el Domingo de la Divina Misericordia este año, acompáñenme en recordar las palabras del papa Francisco mientras inauguró el “Jubileo Extraordinario de la Misericordia” hace cinco años. Del “Vultus Misericordiae”, bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia”, 11 de abril, 2015:
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, “rico en misericordia”, después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad” no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la “plenitud del tiempo”, cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (VM, 1).“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (VM, 2).
“Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros” (VM, 9).
Que María, la Madre de la Misericordia, nos lleve al Corazón Misericordioso de su Hijo. La Divina Misericordia de Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6).