El gran regalo de envejecer es una tesorería de recuerdos, recuerdos de familiares y amigos, recuerdos de celebraciones alegres y momentos difíciles, recuerdos que nos hacen reír y sonreír, recuerdos que nos hacen llorar, recuerdos de una vida larga compuesta de décadas del pasado y que nos sostienen ahora en el presente hacia el futuro. Algunas de las personas más cercanas han fallecido y están con Dios mientras otras aún nos rodean con amor. Oramos por todas ellas. Hoy es una celebración de todos nuestros recuerdos y del Dios que nos brindó todos los dones que han llenado nuestras vidas. Hoy es una celebración de la fe que nos une en el presente y de nuestra gratitud por esa fe.
Como personas de tercera edad – y me incluyo a mí mismo en ese grupo con mis 63 años – nos reunimos aquí en la Iglesia San Gregorio para reflexionar y rezar sobre la espiritualidad que define nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Tomamos un pause de en medio de todas las actividades cotidianas para guardar un poco de silencio, para estar quietos y dejar que Dios nos hable. A pesar de lo que nuestros oídos viejos nos pueden decir, no hace falta ningún aparato para escuchar su voz.
Hay un himno popular que cantamos en la Misa en inglés que dice lo siguiente:
“Recordamos cómo nos amabas hasta tu muerte y aún celebramos porque sigues entre nosotros. Y creemos que te veremos cuando vienes en tu gloria, Señor. Recordamos, celebramos, creemos”.
En breve, eso dice claramente lo fundamental de nuestra espiritualidad como católicos, sin importar cuantos años tengamos. Recordamos lo que aprendimos como niños, cómo se profundizaban esos recuerdos a través de los años. Recordamos el amor de Dios por nosotros y su presencia en nuestras vidas, en nuestras oraciones, en los sacramentos que recibimos, en nuestras familias y parroquias, en nuestra experiencia vivida de Jesús en qué nos lidera y nos guía. Y todavía está entre nosotros.
Con envejecer, creemos aún más que el Señor nos llevará a su gloria algún día. Sí, “recordamos, celebramos… creemos”.
La presencia cariñosa del Señor es lo que nos sostiene. Nuestra fe nos mantiene, hasta que cuando los recuerdos empiezan a desteñirse. Es la presencia cariñosa que nos transforma de ancianos a santos mayores. Nuestras oraciones siguen; nuestras vidas espirituales nos traen confort y paz; y nuestra fe y esperanza nos invitan a poner nuestras vidas alegres en las manos cariñosas del Señor cada día “hasta que le veamos en su gloria”.