Reflexión del obispo David M. O'Connell, C.M., para Cuaresma 2019
Al igual que muchas tradiciones en la Iglesia, Cuaresma se ha evolucionado por los años. Gente ha empezado enfocarse más en “dar” que “dejar cosas”. El tono sobrio y serio de los cuarenta días de Cuaresma, empezando con el Miércoles de Ceniza, se ha empezado a disminuirse y hacerse menos intenso. Claro, la Iglesia ha mantenido el sentido penitencial de Cuaresma pero lo ha hecho de maneras diferentes, desde una perspectiva más positiva que negativa. La obligación de sacrificar algo se enfatizó menos como la prioridad inmediata de la agenda cuaresmal.
Yo creo fuerte en una perspectiva de vida de “ambos/y” en lugar de “esto/o”. Así que, para mí Cuaresma es un tiempo sagrado de penitencia cuando me siento llamado como católico, por el propio sentido y la razón propia de Cuaresma, a hacer ambos; “dejar algo” y “dar” algo.
En mi propia oración y reflexión como el obispo de la Diócesis, yo reconozco mi responsabilidad de guiar a los fieles de la Diócesis – al clero, los religiosos y los laicos -- de cómo vivir nuestra vida cristiana en búsqueda de la santidad. Cuaresma es un tiempo para intensificar la búsqueda de la santidad mientras nos preparamos para celebrar la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo, los misterios centrales de nuestra fe católica. Así que, juntos como obispo y clero, religiosos y laicas, nos enfoquemos en el llamado a la santidad que forma el corazón del camino cuaresmal y el corazón del camino de nuestra vida.
Cada fin de semana profesamos nuestra creencia compartida en ser la Iglesia “una, santa, católica y apostólica”. Yo escribí de estas “cuatro marcas de la Iglesia” bastante en mi primera carta pastoral como obispo. En ella, yo nos recordé del pasaje de las Escrituras que dice: “Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo’” (1 Pedro 1: 15-16). La Iglesia nos brinda el tiempo de Cuaresma como herramienta para ayudarnos en este proceso. Y aquí está el motivo:
… La llamada de Iglesia a la santidad está raizada en la invitación propia de Cristo de imitarlo en la santidad. La santidad de la Iglesia no es sólo un reflejo de, sino una identificación con la mera santidad de Dios. ¿Podrá la Iglesia ser algo menos que lo que Dios la llama a ser como imitación de él (Carta pastoral, 28 de agosto, 2012)?
Es un motivo fuerte para impulsarnos a dar nuestro mejor intento mientras aprovechamos de todo que Cuaresma y crecer en la santidad ofrecen. Sí, “dejar algo” y sacrificarnos son partes importantes de la experiencia cuaresmal en la Iglesia pero si no nos llevan a profundizarnos en la fe, a una identificación más cercana y transformadora con Jesucristo y su Evangelio, se convierten en gestos vacíos. Es semejante a seguir alguna dieta por un tiempo. Bajaremos de peso sin duda, pero si no nos comprometemos a cambiar nuestros hábitos con la comida o si perdemos nuestra motivación, el peso volverá. Cuaresma y sus sacrificios deben conectarnos de una manera más profunda con el Señor Jesucristo. Nos deben conectarnos de una manera más profunda con una identificación con él quien sufrió y murió en la Cruz para nosotros. Dejar algo. Sacrificarnos. Esta Cuaresma, cada católico tiene que decidir “¿qué MÁS puedo dejar, sacrificar para él”? Cuaresma nos debe ayudar decir, “Yo, por mi parte, mediante la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2: 19-20).
Y hay que adquirirnos a la otra parte de la ecuación cuaresmal de “ambos/y” – dar algo. Al igual con el sacrificio y la penitencia, nuestro “dar” cuaresmal tiene que guiarnos a la santidad en Jesucristo. Él es la razón de por qué damos. Es su rostro que reconocemos en los rostros de los demás. “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mateo 25: 40).
Como el obispo, me gustaría ofrecer una idea de algo que puede conectar el “ambos/y” de Cuaresma para nosotros y es: el tiempo. Dar de mi tiempo para poder ofrecerlo a otros y crecer en la santidad.
Tal vez esta Cuaresma, seamos jóvenes o viejos o en medio, podemos reflexionar en la oración sobre “el tiempo” y cómo utilizarlo para nuestra búsqueda de la santidad.
Primero, dar tiempo a Dios. Nos debemos desacelerar la vida y apartar tiempo para Dios en la oración. ¿Quién será más importante que el Uno que nos creyó, que nos ama tal como somos, que nos cuida en cada momento del día, que nos prometió estar con nosotros “hasta el fin del mundo” (Mateo 25: 20), que nos llevará a casa cuando se acaba esta vida? De verdad, yo tomo tiempo para lo que sea. ¿Por qué no puedo dedicar tiempo a Dios? ¿Por qué no puedo sacrificar algo para Él?
Segundo, dar tiempo a otros. Todos estamos muy ocupados. Todos tenemos cosas que hacer. Pero todo que somos en la vida, todo que tenemos en la vida lleva “las huellas” de otra persona. Nuestros padres y madres; nuestros hijos; nuestros amigos; nuestros vecinos; nuestros compañeros de trabajo. ¿Les damos el tiempo o atención apropiada? ¿Les vendría bien un poco de nuestra atención o tal vez necesitarán de un poco más de nuestro tiempo?
Las Sagradas Escrituras nos dicen que hay dos grandes mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo tal cómo amamos a nosotros mismos. Jesucristo nos dice que “Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Juan 15: 12). El amor necesita del tiempo. ¿Estamos dispuestos dejar algo por causa del amor? ¿Estamos dispuestos dar el amor? Cuaresma es el momento, por lo menos, para responder a esas preguntas.