Cada generación tiene la obligación y la responsabilidad de educar a la siguiente generación. Para eso, hay que incorporar la enseñanza de materias como matemáticas y ciencias, lenguas y literatura, historia y salud, entre otras. En el discurso público, hay bastante discusión sobre la eficiencia y éxito de los sistemas públicas de por todo Estados Unidos. Frecuentemente es el tema para debates políticos, aunque los políticos parecen olvidar el tema después de las elecciones. Los ciudadanos pagan impuestos para apoyar las escuelas públicas con resultados mixtos. Algunas escuelas públicas tienen porcentajes excelentes de éxito, enseñando bien y graduando a sus alumnos mientras otras parecen no ser capaces de salir del hueco de la desesperación y el fracaso.
Los católicos somos iguales en cuanto la obligación y responsabilidad de educar a los jóvenes en las mismas materias que las escuelas públicas. Sin embargo, hay algo más que no es solamente una materia en el currículo que no se puede encontrar en las escuelas públicas, sino es un ambiente, una cultura, un espíritu, sí, hasta una manera de hablar que impregna a la comunidad escolar católica… y eso es la fe católica.
En la escuela católica, la religión católica es una materia que se enseña, se aprende, se ama, y se vive mucho más allá que las puertas del edificio de la escuela católica. Aunque, como el Segundo Concilio Vaticano nos recuerda, los padres de familia siempre hayan sido considerados como los maestros principales de la fe católica de parte de la Iglesia Católica, ellos dependen de las escuelas católicas para apoyar y fortalecer lo que creen como católicos. La educación católica – sea en la escuela católica o el programa parroquial de educación religiosa o en la escuela católica del hogar – la educación católica es la mejor y la más importante manera de que los padres pueden entregar, alimentar y promover la fe católica para y dentro de la siguiente generación. Negar o rendirnos de esta obligación, por cualquier razón, significa arriesgar la perdida de la fe católica no solamente para esta generación sino para las generaciones por venir.
Yo de devotado mi vida entera como sacerdote a la educación católica en cada uno de sus niveles. Me da tristeza profunda cuando veo a más y más escuelas católicas cerrando en las diócesis y las parroquias por nuestro país – y especialmente en nuestra propia diócesis, como hemos visto recientemente.
¡Había un tiempo cuando el sistema de escuelas católicas en los Estados Unidos era el mejor y el más grande y el más resplendente del mundo! La historia de la educación católica aquí tiene raíces en el siglo 17 cuando ser católico no era ni popular ni político. Pero la Iglesia perseveró, a pesar de obstáculos significantes en su camino. Las semillas de la fe sembradas por sacerdotes y religiosos y padres heroicos se raizaron y Dios bendijo sus esfuerzos mientras la fe católica crecía y se dispersaba.
Con nombres como John Carroll y Elizabeth Ann Seton y John Neumann y Elizabeth Lange y Theresa Duchemin y Katherine Drexel, la historia temprana de la educación católica en nuestro país fue escrito. Y nadie puede olvidar de las innumerables mujeres religiosas que se dedicaron a la enseñanza de la fe católica en sus vidas, a pesar del costo y sacrificio personal. Estas mujeres valientes y abnegadas con nombres que tal vez no sean conocidos ni recordados construyeron la Iglesia Católica en nuestro país, literalmente de la nada, niño por niño, promoción por promoción, escuela por escuela hasta que cada familia católica en nuestra nación tuviera el chance de escuchar la Buena Nueva de Jesucristo y aprender sobre su fe católica. La educación católica hizo una diferencia no solamente en nuestra Iglesia sino en la sociedad estadunidense. Eso es el legado de la escuela católica.
Cuando el papa Benedicto XVI visitó los Estados Unidos en el 2008, habló a los líderes de instituciones escolares católicos en la Universidad Católica de América en Washington, D.C. Me senté a su lado en el escenario aquel día cuando nos dijo:
El deber educativo es parte integrante de la misión que la Iglesia tiene de proclamar la Buena Noticia. En primer lugar, y sobre todo, cada institución educativa católica es un lugar para encontrar a Dios vivo, el cual revela en Jesucristo la fuerza transformadora de su amor y su verdad (cf. Spe salvi, 4). Esta relación suscita el deseo de crecer en el conocimiento y en la comprensión de Cristo y de su enseñanza. De este modo, quienes lo encuentran se ven impulsados por la fuerza del Evangelio a llevar una nueva vida marcada por todo lo que es bello, bueno y verdadero; una vida de testimonio cristiano alimentada y fortalecida en la comunidad de los discípulos de Nuestro Señor, la Iglesia.
Nuestro Santo Padre continuó que:
Este deber jamás es fácil: implica a toda la comunidad cristiana y motiva a cada generación de educadores cristianos a garantizar que el poder de la verdad de Dios impregne todas las dimensiones de las instituciones a las que sirven. De este modo, la Buena Noticia de Cristo puede actuar, guiando tanto al docente como al estudiante hacia la verdad objetiva que, trascendiendo lo particular y lo subjetivo, apunta a lo universal y a lo absoluto, que nos capacita para proclamar con confianza la esperanza que no defrauda.
Verdaderas como eran y son sus palabras – y creo yo que sean – el hecho es que la educación católica, y particularmente las escuelas católicas, están en riesgo grave. A pesar de que no quede ninguna duda del excelente trabajo de nuestras escuelas católicas en educar a nuestros jóvenes por todas las materias, graduando a más alumnos y enviando a más graduados a la universidad que las escuelas seculares, las escuelas católicas infusionan a sus estudiantes con “La Buena Nueva de Jesucristo” y con la fe católica que se espera dure toda la vida, con la luz y la esperanza tan contrarias a lo que nuestra sociedad contemporánea y relativista ofrece.
Entonces, ¿por qué están en riesgo?
Solamente un 17% de adultos católicos asisten a Misa los domingos en la Diócesis de Trenton. Una gran mayoría de católicos jóvenes en nuestros programas de educación religiosa no siguen sus estudios de la fe después de recibir el Sacramento de Confirmación y, como los adultos, dejan de asistir a Misa. Algunos estudios indican que católicos jóvenes deciden dejar de practicar su fe católica ¡cuando tienen apenas 13 años!
Las matriculas en las escuelas católicas están disminuyéndose, haciendo necesario cerrarlas porque los ingresos no existen para sostenerlas y no hay posibilidad de pagar sueldos justos a sus facultades y el personal. Las parroquias simplemente no pueden mantener subvenciones enormes necesarias para mantener las puertas abiertas y los padres y las madres de familia no pueden absorber los costos. Algunas escuelas en nuestra Diócesis han cerrado. Y otras tal vez lo harán en el futuro. ¿Cómo podremos compartir y alimentar la fe católica?
La cantidad de matrimonios católicos ha bajado mucho en los años recientes y familias católicas con padres y abuelos que practicaban su fe católica ni buscan ofrecer funerales católicos para ellos. Los escándalos recientes en la Iglesia han hecho a católicos activos a cuestionar la autoridad moral y la credibilidad de las personas responsables por el liderazgo en la Iglesia. Con mayores cantidades de católicos en contra la santidad de toda la vida humana y la dignidad del matrimonio tradicional, los medios seculares han convencido a algunos católicos que las enseñanzas duraderas de la Iglesia ya son “fuera de la honda” e irrelevantes para la vida contemporánea. Hasta la querida libertad religiosa que permite a los ciudadanos creer lo que creemos y practicar nuestra fe católica está siendo atacada por el mismo gobierno que fue establecido para proteger esa misma libertad. El historiador, Arthur Schlesinger, Sr., una vez escribió que “el anticatolicismo es el prejuicio más profundo de la historia del pueblo estadounidense”.
Estos son hechos. Así que, como católicos, ¿qué hacemos? ¿Nos rendimos? ¿Lo dejamos pasar? ¿Dejamos de arriesgarnos? ¡Nunca! La inversión es demasiada alta. La batalla ha sido demasiada dura. El precio, demasiado precioso. Los sacrificios que fomentan la Iglesia Católica en nuestro país han creado una fundación demasiada solida para dejar que se derrumba. “Yo te digo que tú eres Pedro,y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Y en otro lugar, “Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida” (Mateo 7:14).
Cuando nuestros antepasados coloniales afrontaron la tiranía y la supresión de parte de sus enemigos, ¿se rindieron? No. Si lo hubieran hecho, los Estados Unidos no hubiera nacido. Cuando nuestros ciudadanos en azul y gris se confrontaron en la Guerra Civil, ¿prevaleció la esclavitud? No. La libertad ganó el día y se preservó la unión. Cuando dos Guerras Mundiales demarraron la sangre de tantas mujeres y hombres en uniforme que defendían nuestro país y su soberanía, ¿se rindieron? No. Lucharon hasta la victoria. Cuando Rosa Parks y Martin Luther King, Jr., afrontaron el prejuicio y la discriminación injusta, ¿debilitó la causa de los derechos civiles una oposición amplia o la prisión o hasta la bala de un asesino? No. Cambiaron un país entero. Innumerables historias y perfiles de la fuerza, a pesar de las probabilidades, se han incorporado a la fe que todavía tenemos en los Estados Unidos. Cuando una puerta se cierra, otra abre.
¿Puede la Iglesia Católica tener menos fuerza, menos fe frente a la adversidad? Solamente nos hace falta mirar al mismo Señor Jesucristo y la cruz que cargaba para la respuesta. El árbol de la derrota del hombre se convirtió en el árbol de la victoria. Los mártires, los antiguos santos, el pueblo de la fe que ha orado y sacrificado y luchado por los tiempos nos han entregado a nosotros hoy en día una fe católica que todavía es santa, y que todavía provoca la esperanza, que todavía inspira el amor, sea lo que pase.
Cuando anunció el Año Jubilar de la Fe en el 2012, el papa Benedicto XVI dijo que el año era una oportunidad para “Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio” (Papa Benedicto XVI, Porta Fidei, 9). Él se dirigió a todos nosotros en la Iglesia Católica con ese mensaje. Por eso, nos hace falta una “nueva evangelización” – un sentido renovado de lo que sea posible en Cristo frente a lo que parece imposible. Y cuando tengamos un sentido de lo que sea posible en Cristo, se fortalece nuestra fuerza, se afirman nuestras convicciones, se alienta nuestra determinación, se restaura nuestra esperanza y se prevalece nuestra fe.
El don y la gracia de la educación católica nos presenta a lo que sea posible en Cristo. Eso es lo que hace nuestra fe católica y lo que ofrecen las escuelas católicas. Son “integrales a la misión de la Iglesia” porque proveen a nuestros hijos con un encuentro con Cristo, con quien “todo es posible”. Me viene a la mente el pasaje de San Pablo en su Carta a los Romanos: “Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? … Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” (Romanos 10:14-17).
La educación católica – la escuela católica, el programa de educación religioso parroquial, el hogar católico – nos permite a creer, a profundizar nuestra fe y a escuchar la Palabra de Cristo, y, sí, a encontrarnos con Él, a través de aquellos que comparten la Buena Nueva con nosotros.
Nuestro Santo Padre, el papa Francisco, ha enseñado que “la educación verdadera nos permite a amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida” (Papa Francisco, Discurso a profesores y estudiantes católicos, 2014). De cierta manera, ese amor a la vida es lo que las escuelas católicas inspiran en sus estudiantes. Todo lo que pasa en la escuela católica es un llamado a los alumnos a ser los mejores que pueden ser en la vida; no simplemente hacer lo mínimo; no solamente haciendo lo que uno tiene que hacer. Las escuelas católicas reconocen que sus alumnos son el futuro de nuestro país y nuestro mundo. El presidente Kennedy lo dijo muy bien: “Los niños son el recurso más valioso del mundo y la mejor esperanza para el futuro” (Campaña UNICEF, 25 de julio, 1963). Y tenemos solo unos cuantos años preciosos para ayudarlos ver eso y reconocer su potencial. “Las escuelas católicas lo tienen todo”, decimos frecuentemente en la Diócesis de Trenton. La excelencia de la “educación verdadera” que impartamos en la escuela católica es lo que hace al mundo mejor, más seguro, más justo, más tierno, más ético, más pacifico … más sagrado.
¿Qué será más importante o mayor que eso?
Este año, mientras celebramos la Semana de Escuelas Católicas con el tema “Aprendizaje, servicio, liderazgo. Logra tus metas”, que todas las familias católicas de la Diócesis de Trenton pregunten y respondan a esa misma pregunta.