Al acercarnos al Día de Acción de Gracias, muchos de nosotros nos reunimos con nuestros queridos, y a veces con gente que ni conocemos, para celebrar las abundantes bendiciones de Dios en nuestras vidas.
Cuando nos sentamos alrededor de las mesas festivas, estemos entre muchas personas o pocas personas o a solas; entre risas fuertes y conversaciones o en silencio; frente a un enorme pavo o algo más sencillo, cada uno de nosotros siempre tenemos razón de por qué sentirnos agradecidos en nuestros corazones. Siempre tenemos algo que nos conmueve bajar la cabeza para agradecerle a Dios en oración, a nuestro creador.
Este Día de Acción de Gracias, vuelvo a darle gracias a nuestro Dios tierno por todos ustedes: los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, los seminaristas, las mujeres y los hombres laicos – cada uno como parte de la familia y comunidad extensa que Dios me ha bendecido para pastorear y enseñar en los cuatro condados de nuestra Diócesis.
Mi oración es que haya alegría y paz en sus hogares, buena salud y bienestar en sus vidas y fe, esperanza y amor que les fortalezcan en nombre de Jesucristo para enfrentar cualquier cosa que les surja, “dando gracias a Dios Padre por medio de Él” (Colosenses 3: 17).